Thursday, January 12, 2017

pedro-figari y ORTEGA Y GASSET

Semanario MARCHA, enero 20 de 1956.
Escribe el Arq. Carlos A. Herrera Maclean


..........Alfredo González Garaño,……..había transportado a orillas del Sena su casa de Buenos Aires.
Entre los más asiduos contertulios de ese hogar se encontraba el filósofo español Ortega y Gasset. Una amistad estrechada en Buenos Aires se había vuelta más continua y efusiva en las tardes de París. Entre los temas literarios, filosóficos y artísticos, uno de los más porfiados con que González Garaño asediaba a su docto huésped era el de Figari. Y el ataque solía ser demoledor, llevado dos contra uno, Marieta y Alfredo contra el inconmovible filósofo. Así cargaba el anfitrión sus dulces y lentas palabras de todos los argumentos artísticos, auxiliado por la vehemencia de la compañera, mientras buscaba en la presencia abrumadora de innumerables cuadros colgados en las paredes el impacto artístico, definitivo y convincente. El maestro era de hielo. Y al mirarlos hacía ascos a los negros candomberos, a los gauchos, a las chinas y a los caballos desgonzados. Y al final, ya sin argumentos, respondía con sorna, entre risas y chistes: “Déjenme Uds., por Dios, de su amigo Figari”.

Una noche, alta la ahora, sintió Marieta que tocaba insistentemente el timbre de la calle. Despierta al marido: “Quién llamará a estas horas? Quién puede ser, aquí en París?” En “robe de chambre” puesta apresuradamente, sale al vestíbulo González Garaño. Quién apareció con su pálida figura detrás de la puerta? El filósofo, el filósofo sonriente e iluminado, como un párvulo escapado de una juerga estudiantil. “Vengo de una fiesta literaria”, le dice, “donde conocí a su amigo Figari. Qué hombre extraordinario! Qué cabeza! Qué manera nueva de pensar!” Y así, entre vehementes elogios, siguió después otra tertulia nocturna, Marieta siempre presente, hasta el primer albor sobre los vecinos techos de pizarra.

No concluía el filósofo de hacer el elogio del hombre, de la fresca mentalidad de un viejo, del contorno nuevo y original del pensamiento de Figari. Eran tres los personajes de esta escena en la quietud de la noche. Pero junto a ellos, y colgada en las paredes, había una turbamulta regocijada que se unía al gozoso relato. Parecía que hasta se escapaba de los marcos, dejando de bailar los candombes, acallando el tamboril, las chinas acercándose recelosas y los gauchos desconfiados formando círculo ante el pequeño centro artístico. Y allá lejos, en la pared del vestíbulo, uno, entre orgulloso y altanero, “El gaucho Candiotti”, era el que más luchaba por salirse del marco.

                                                        El gaucho Candiotti - 69x99cm

Llegó la hora de partir, después de este glosario nuevo del discutido Figari. Cuando se calló el filósofo, recién percibió el cuchicheo que venía rozando las paredes, pero él no volvió los ojos. Estaba ya en el vestíbulo cuando el gaucho candiotti, más osado y más ladino, pareció cruzársele al paso. Entonces el filósofo no pudo menos que mirarlo, como lo había mirado otras veces, entre desdeñoso y despectivo. Lo que se dijeron en ese corto diálogo, no lo sabemos. Pero González Garaño, que creía ¡al fin! ganada su partida por el pintor Figari, atinó una tímida pregunta: “Y sus cuadros?” “Ah! Por favor, su pintura no!” dijo Ortega y Gasset, ladeando al gaucho Candiotti, rodeado de sus chinas. “Yo he venido a hablarle del Figari filósofo, del Figari pensador americano, y no del pintor”, añadió Ortega y Gasset al alejarse, mientras el desaliento invadía de nuevo el espiritu del fiel amigo, de González Garaño, derrotado una vez más en esta lucha imposible por hacer ver lo que el filósofo no podía ver, ni podría nunca ver.
 



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